Nuestras plegarias son el eco
del trabajo de las llamas
que levantaban de la nada un muro.
Algo en nosotros no confía en los muros
que son inmóviles y torpes,
el muro que realmente conocemos habla,
tiene una voz y un rostro,
respira como un animal
y esa respiración nos da tranquilidad,
la sensación de un círculo cerrado.
Nadie se duerme sin un poco de ese círculo
en los labios.