Acerca la editorial

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Con más de setenta títulos publicados desde su fundación en 1995, Taller Ditoria es resultado de un ejercicio singular en el ámbito de la edición, no sólo por la calidad de sus contenidos literarios y nómina de autores, sino también por sus resultados estéticos y formales: libros enteramente artesanales desde la tradición tipográfica. Libros de artista cuyos textos son formados en tipos móviles e impresos en prensa plana Chandler & Price 1899 –La Toñita–, así como cosidos y encuadernados en rústica a mano; cada título con su diseño propio, en tiraje reducido. Taller Ditoria es dirigido por su fundador, el pintor y editor Roberto Rébora. Jorge Jiménez, quien lo ha acompañado en la aventura desde el inicio, es el maestro tipógrafo y encuadernador que materializa el diseño concebido para cada obra por publicar. La impresión está a cargo de Gilberto Moctezuma, junto con La Toñita. Luz de Lourdes García Ortiz, editora, se encarga de cuidar las ediciones y de otras labores que atañen a la editorial. Taller Ditoria es un espacio de experimentación formal riguroso, animado por el intenso gusto de realizar ediciones de características propias.

Varias veces, al estallido de la bala,
sentía que una duda inmensa, como un misterio enorme,
se le asomaba a los ojos y le ponía de fierro los pómulos.
Otras, nomás miraba extrañado el efecto del estallido,
el otro tirado, deformado por la muerte
y seguía su camino como si nada, su camino de muerte.

Argel Corpus, Los días pasan y se llevan su lumbre (ilust. Roberto Rébora, México, Taller Ditoria, 2012)







País
desaparecido en una gorra militar.
¿Estás en lo que venga?
Lo que vinió es cobardía y desprecio.

Juan Gelman, Sombra de vuelta y de ida (ilust. Roberto Turnbull, 2ª ed., México, Taller Ditoria, 2005; ilust. Roberto Rébora, 1ª ed., México, Ditoria, 1997)











En esos paisajes es muy importante el tratamiento del detalle, no porque busque una verosimilitud realista o una transcripción fotográfica del asunto, sino justamente por todo lo contrario, porque busca volver subjetivo ese paisaje sin derivar hacia la abstracción o el impresionismo. Como estos últimos, busca pintar el alma, pero entiende el lugar de residencia de elementos más inmediatos: el alma también es tangible, tiene color, contornos: ese campo por donde yo camino y mientras lavo la ropa miro hacia el horizonte. Esa cualidad del paisaje también se encuentra en los “paisajes interiores”, es decir, en los cuadros que representan habitaciones y espacios de la casa.

[...]

Esto es evidente en las naturalezas o bodegones, al igual que en las floras. Ante un bodegón clásico, flamenco o español, se suele pensar que en el trópico no se acostumbra este tipo de pintura porque ya lo hace la naturaleza en sí, pero hay una diferencia fundamental: el claroscuro. La naturaleza muerta tiende a ser sombría, incluso lúgubre, y sólo el deslumbramiento ante las “obras maestras de la naturaleza” descritas por los botánicos viajeros hace irrumpir la luz en ellas [...]. Al pintar, inmediatamente se quiere no tanto domesticar o civilizar el fenómeno natural sino entenderlo, y Soledad Tafolla busca conservar esa cercanía con esas cosas, que no son exactamente cosas, las frutas y las legumbres, las flores y las vasijas. Llega a sorprender la sencillez con que se presentan sin perder evidencia. [...] Estos cuadros están llenos de antojos, de llamadas a los sentidos, en donde los colores son olores y sabores, pulsiones en sentido psicológico.

[...]

Los grandes pintores de bodegones parecen estar particularmente dotados para realizar retratos; sin embargo, hay que estar conscientes de que se trata de un salto mortal, salto que Soledad da como si no le costara trabajo. La humanidad no es, no puede ser naturaleza muerta, ni siquiera en los retratos de los difuntos. Hay ese elemento de afectividad [que] involucra en este caso al retratado o modelo [...] una persona, por lo tanto, única e irrepetible, que se busca plasmar como tal.

Sin otra arma que esa convención y su manera de mirar, la artista se enfrenta a su modelo, lo rodea de elementos, lo vuelve parte del color. Mira de frente, parece sonreír no ante la pintora sino ante su desconocido espectador. Y si antes del fruto o de la flor parecía desprenderse un rumor, aquí hay una voz que se escucha, que nos habla desde la familiaridad que el cuadro crea.

En este sentido, el Autorretrato en tres épocas es una obra ligeramente distinta, más difícil para la pintora. El paisaje es muy diferente, está cargado de elementos oníricos que no tienen los otros retratos. Le importa más el sentido pictórico, pero el alma está presente de la misma manera. Varios de los cuadros de frutos presentan a éstos rebanados; cortados, nos muestran su interior. Esto no puede ocurrir en el retratado a menos que nos fijemos en sus ojos, que tienen algo de semilla, y por lo tanto de interior, incluso cuando se trata de un retrato de familia, como esos que vemos en las paredes de los paisajes interiores en las habitaciones. [...] Y despiertan una actitud de reverente humildad, sin otro gesto que el que señala algo y dice: mira, mira, ahí está.


Fragmentos de “La pintura de Soledad Tafolla”, de José María Espinasa.


Soledad Tafolla, Así es la vida / La pintura de Soledad Tafolla / Obras 1988-1999 (ensayos: Alfredo Zalce y José María Espinasa, apunte autobiográfico: Soledad Tafolla, México, Taller Ditoria, 1999-2000)





















Marinero: jardín celado es nuestra tierra; cintura de mujer ceñida por un brazo de mar, o por una albufera paralela con la costa que afluye subterráneamente al piélago.

Su piel flamea como escarcha en los cachones que atruenan la quebrada, donde la rompiente enrosca las aguas en haces de corrientes raudas.


[De Elevación de un puerto]

***

Con su oleaje el mundo
rompe contra mi rostro.

¿Por qué elevarlo
hasta mi corazón?

¿Por qué se alza
ahora contra mi garganta?

Señor nuestro, Nostromo,

¿cómo podría
decirte una palabra

cuando en lo alto
de mi cabeza rompe la marea?


[De Por mor del mar]


José Luis Rivas, Elevación de un puerto / Seguido de Por mor del mar (ilust. Roberto Rébora; 1ª edición tipográfica: México, Taller Ditoria, 2002; 1ª edición facsimilar: México, Taller Ditoria-Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2014)
















Cuando el poder descubre que la libertad de opinión obstruye el trote de su arbitrariedad, exprime las cuatro debilidades del intelecto: la seducción de las apariencias; la golosina de los sofismas; el soborno del egoísmo y, finalmente, los pleitos y las envidias de los hombres de letras. No hay clase tan indispuesta a actuar como cuerpo como la de los hombres de letras. Todas sus opiniones son solitarias y desarticuladas. El peso de los argumentos nunca es suficiente cuando impera el ánimo individual. Los propósitos del hombre de letras son siempre personales; su vanidad es descomunal mientras su apego a la verdad es francamente remoto. No vive para la preservación de la especie sino, en algún sentido, para su destrucción. No lo gobierna la búsqueda del consenso sino el apetito de contradicción. Sólo admitiría que algo está bien o mal si ha sido él quien lo detectó. Incluso, por amargura o simplemente por hacerse el interesante (sobre todo si recibe un buen pago), está dispuesto a probar que las mejores cosas del planeta son las peores y las más detestables son ideales. No es que lo domine abiertamente la codicia; es que ésta se filtra en él silenciosa e invisiblemente al cortejar su vanidad.

[...]

Nunca se había inventado algo tan conveniente a los rufianes modernos como esa ficción de Legitimidad. La mentira da en el calvo: justamente entre el servilismo y la pedantería. Los escultores de ese ídolo han superado a todos los traficantes de amuletos, sean judíos, gentiles, cristianos. El principio de la idolatría es siempre idéntico: necesidad de encontrar algo venerable, sin saber qué es o por qué se le admira; amor a un efecto sin comprensión de la causa; admiración que no deshonra nuestra vanidad; elevar algo a los cielos para envanecernos de que fuimos nosotros quienes lo alzaron. Mientras más retorcidas sean las formas de adoración, más nos halagamos. Mientras más innoble sea el objeto de culto, más esplendorosos serán sus atributos. Mientras mayor sea la mentira, mayor entusiasmo habrá al creer en ella y mayor codicia al tragársela. [...] Pero los creadores de esa nueva ficción legal de la Legitimidad han inventado una nada. Los antiguos a veces adoraban el sol o las estrellas; sacralizaron héroes y grandes hombres. Los modernos han encontrado la imagen de la divinidad... ¡en Luis XVIII! [...] No creen que los dioses sean dioses pero hacen creer que lo creen, degradando a sus iguales a la categoría de imbéciles. La Legitimidad responde a esa perversidad. Esa falsa doctrina jorobada que los miembros de la Sociedad Humanitaria del Derecho Divino han sobrepuesto al altar de la libertad no es solamente un espectro: es una farsa. Es un prejuicio, pero un prejuicio consumado; es una impostura que a nadie engaña. Es poderoso sólo por la impotencia; su resguardo es el absurdo y su raíz son el temor y el odio.

William Hazlitt, De la relación entre los tragasapos y los tiranos (Colección del Semáforo, 13; trad. Jesús Silva-Herzog Márquez, México, Ditoria Hormiga, 2011)








El mundo toca todo el tiempo, ¿qué oculta
tanta música junta, tantas canciones de parejas, puntos
musicales en los muros blancos de cal?

Eduardo Milán, Algo bello que nosotros conservamos (ilust. Roberto Rébora, México, Taller Ditoria, 1995)





Diálogo en el que se supone al dios Apolo distribuyendo parte de la puntuación que halló en cierta imprenta entre un Ingenio, un Caballero pobre y un Conde.

Soneto

Apolo              El punto, Ingenio, te destino: toma.
Ingenio            ¡Jesús! ¡Jesús! ¿El punto?, no lo quiero.
                        ¿Yo con punto? ¿Con hambre? ¿Y sin dinero?
                        No, señor. No, señor. Apolo Pues vaya coma.

Ingenio            ¡Qué bello consonante para Roma!
Apolo              Y para todas partes, majadero.
Caballero        Ahora entra bien un pobre Caballero.
Apolo              El punto lleve. Caballero Por la media asoma.

Conde             Dale a este Conde lo que más te agrade.
Apolo              Las interrogaciones le destino.
Conde             Buen modo de llamarnos preguntones.

Ing. y Cab.      Convence la verdad, y persuade.
Apolo              Pues vámonos, que yo por el camino
                        daré a los necios las admiraciones.


Francisco y José Joaquín Benegasi y Luján, Sonetos jocoserios (ensayo introductorio «21 sonetos a lo moderno»: José Javier Villarreal, ilust. Christophe Prehu Maurer y Roberto Rébora; México-Puebla, Taller Ditoria-Biblioteca Palafoxiana, 2014)















Historia de la tijerilla agnóstica


Un día de ésos, la tijerilla murió y llegó de casualidad frente a Dios. El viejo estaba cansado, había trabajado todo el tiempo para reparar las fallas de su creación y no tenía ganas de estar discutiendo sobre méritos y culpas. Miró a la tijerilla y dijo:

—Bueno, recortabas...

—He recortado conceptos listos para el uso en cualquier ocasión. No será la muerte la que me encuentre desprovista de ideas.

—¡Tú eres agnóstica!

—Yo me las veo con los piojos y con el destino.

Así tenía que terminar. Dios, impaciente por la arrogancia de ese insecto, decidió apurar el proceso.

—Te condeno a no saber nunca la verdad.

El viejo había trabajado todo el tiempo para reparar las fallas de su creación. ¡Ya lo hemos dicho! Estaba cansado y probablemente distraído. Sea lo que sea, al oír semejante condena la tijerilla empezó a reír, y a reír, y a reír, y muriéndose de la risa regresó a la vida, desapareciendo del ojo incrédulo de Dios.


Marco Perilli, La historia de la tijerilla agnóstica (trad. Francesca Gargallo, ilust. Roberto Rébora y José Clemente Orozco Farías, México, Taller Ditoria, 2001)











O cambia de bando:
según las cuotas de barbarie,
la burda doctrina de los sentimientos,
el cálculo de cuántos ricos
por cuántos pobres,
por cuánta humildad al final,
cuando de veras
haya que dar la vida por algo
y sea menos cierto el rumor
de que nadie tiene derecho a matar,
pero algunos el compromiso
(histórico, entiéndase)
de morir, eso sí
cuán luminosamente.

Tedi López Mills, Un jardín, cinco noches (y otros poemas) (México, Taller Ditoria, 2005)








Nietzsche. —El olvido es el único antídoto contra el resentimiento. Pero también es cierto que el hombre noble, el hombre que promete y cumple, incluso con la Parca pisándole los talones, sólo cuenta con su memoria, con una memoria forjada a fuego lento para no olvidar jamás.
Héroe es quien sabe cuándo olvidar y cuándo recordar.

Luis Alberto Ayala Blanco, 99, (ilust. Roberto Rébora, México, Taller Ditoria, 2009)