Algunas veces en el año llega esa clase de
cartas que me deparan particular alegría y que contesto con gran amor. Algunas
veces en el año suele ocurrir que alguien me pregunte si puedo suministrarle
uno de los manuscritos de poesías decorados con miniaturas ejecutadas por mí.
Siempre los tengo a disposición de los aficionados y lo que obtengo por ellos
me resarce en parte de los gastos que me ocasiona el envío de paquetes y
subsidios a los países donde reinan hambre y miseria. [...]
[...] Abro el armario y me dedico a escoger un
papel. Unas veces me atraen los lisos, otras los ásperos, ora los finos papeles
para acuarelas, ora los más simples papeles para imprimir. En esta ocasión mi
preferencia ha recaído en un papel muy simple, levemente amarillento, del cual
conservo piadosamente unos pocos pliegos. [...]
Este papel no es costoso, pero tiene una
porosidad particular, de suave absorción, que da a las acuarelas un efecto
levemente desleído, de viejo. Según recuerdo, entraña ciertos riesgos pero ya
no sé cuáles son. Sin embargo, estoy dispuesto a dejarme sorprender y realizar
una prueba. Extraigo los pliegos, corto con la guillotina el formato deseado,
busco un trozo de cartón adecuado para preparar una carpeta protectora y comienzo
mi trabajo. Siempre pinto primeramente la portada y las ilustraciones sin tener
en cuenta los textos, que escojo más tarde. Los primeros cinco o seis cuadros:
pequeños paisajes o una corona de flores, los dibujo y pinto de memoria con
base en motivos familiares; para los siguientes busco elementos sugerentes en
mis carpetas.
Dibujo con sepia un pequeño lago, un par de
montañas, una nube en el cielo, en el primer plano; en la pendiente de una
colina levanto una aldea de juguete; doy al cielo un poco de cobalto, al lago
un reflejo de azul de Prusia, a la aldea un toque de ocre dorado o amarillo de
Nápoles, todo muy diluido, y me place ver cómo el papel apenas absorbente amortigua
y liga los colores. Con el dedo húmedo borroneo el cielo para aclararlo y me divierto
con mi ingenua paletita. [...]
Esto constituye un bonito juego y no me
remuerde la conciencia que mis pinturas carezcan de un valor artístico. [...]
En la actualidad no ocurre como en decenios anteriores, en que convertía mis
trabajos manuales en bibliotecas para los prisioneros de guerra. Las personas
para la cuales elaboro mis artesanías son anónimos desconocidos; tampoco
entrego el producto de mi labor a una Cruz Roja o a tal o cual organización.
Con el correr de los años y de los decenios me he hecho un amante de lo
individual y diferenciado, contrariando todas las tendencias de nuestra época.
Y, tal vez, de este modo no sólo sea un estrafalario particularista, sino me
asista una razón objetiva. Por lo menos puedo afirmar que el cuidado de un reducido
número de personas, a las que no conozco personalmente en su totalidad pero de
las que cada una significa algo para mí, de las cuales cada una tiene su propio
y único valor y su particular destino, me proporciona mucho más placer y juzgo
en mi corazón mucho más correcto y necesario que la asistencia y beneficencia
que otrora ayudaba a realizar como engranaje de la gran maquinaria de previsión
y ayuda. [...] todos aquellos cuya aflicción inunda en oleadas mi escritorio
colmado de pedidos claman a un ser humano, no a un aparato. Que cada cual se
quede con aquello que satisfaga sus exigencias.