Acerca la editorial

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Con más de setenta títulos publicados desde su fundación en 1995, Taller Ditoria es resultado de un ejercicio singular en el ámbito de la edición, no sólo por la calidad de sus contenidos literarios y nómina de autores, sino también por sus resultados estéticos y formales: libros enteramente artesanales desde la tradición tipográfica. Libros de artista cuyos textos son formados en tipos móviles e impresos en prensa plana Chandler & Price 1899 –La Toñita–, así como cosidos y encuadernados en rústica a mano; cada título con su diseño propio, en tiraje reducido. Taller Ditoria es dirigido por su fundador, el pintor y editor Roberto Rébora. Jorge Jiménez, quien lo ha acompañado en la aventura desde el inicio, es el maestro tipógrafo y encuadernador que materializa el diseño concebido para cada obra por publicar. La impresión está a cargo de Gilberto Moctezuma, junto con La Toñita. Luz de Lourdes García Ortiz, editora, se encarga de cuidar las ediciones y de otras labores que atañen a la editorial. Taller Ditoria es un espacio de experimentación formal riguroso, animado por el intenso gusto de realizar ediciones de características propias.

Algunas veces en el año llega esa clase de cartas que me deparan particular alegría y que contesto con gran amor. Algunas veces en el año suele ocurrir que alguien me pregunte si puedo suministrarle uno de los manuscritos de poesías decorados con miniaturas ejecutadas por mí. Siempre los tengo a disposición de los aficionados y lo que obtengo por ellos me resarce en parte de los gastos que me ocasiona el envío de paquetes y subsidios a los países donde reinan hambre y miseria. [...]

[...] Abro el armario y me dedico a escoger un papel. Unas veces me atraen los lisos, otras los ásperos, ora los finos papeles para acuarelas, ora los más simples papeles para imprimir. En esta ocasión mi preferencia ha recaído en un papel muy simple, levemente amarillento, del cual conservo piadosamente unos pocos pliegos. [...]

Este papel no es costoso, pero tiene una porosidad particular, de suave absorción, que da a las acuarelas un efecto levemente desleído, de viejo. Según recuerdo, entraña ciertos riesgos pero ya no sé cuáles son. Sin embargo, estoy dispuesto a dejarme sorprender y realizar una prueba. Extraigo los pliegos, corto con la guillotina el formato deseado, busco un trozo de cartón adecuado para preparar una carpeta protectora y comienzo mi trabajo. Siempre pinto primeramente la portada y las ilustraciones sin tener en cuenta los textos, que escojo más tarde. Los primeros cinco o seis cuadros: pequeños paisajes o una corona de flores, los dibujo y pinto de memoria con base en motivos familiares; para los siguientes busco elementos sugerentes en mis carpetas.

Dibujo con sepia un pequeño lago, un par de montañas, una nube en el cielo, en el primer plano; en la pendiente de una colina levanto una aldea de juguete; doy al cielo un poco de cobalto, al lago un reflejo de azul de Prusia, a la aldea un toque de ocre dorado o amarillo de Nápoles, todo muy diluido, y me place ver cómo el papel apenas absorbente amortigua y liga los colores. Con el dedo húmedo borroneo el cielo para aclararlo y me divierto con mi ingenua paletita. [...]

Esto constituye un bonito juego y no me remuerde la conciencia que mis pinturas carezcan de un valor artístico. [...] En la actualidad no ocurre como en decenios anteriores, en que convertía mis trabajos manuales en bibliotecas para los prisioneros de guerra. Las personas para la cuales elaboro mis artesanías son anónimos desconocidos; tampoco entrego el producto de mi labor a una Cruz Roja o a tal o cual organización. Con el correr de los años y de los decenios me he hecho un amante de lo individual y diferenciado, contrariando todas las tendencias de nuestra época. Y, tal vez, de este modo no sólo sea un estrafalario particularista, sino me asista una razón objetiva. Por lo menos puedo afirmar que el cuidado de un reducido número de personas, a las que no conozco personalmente en su totalidad pero de las que cada una significa algo para mí, de las cuales cada una tiene su propio y único valor y su particular destino, me proporciona mucho más placer y juzgo en mi corazón mucho más correcto y necesario que la asistencia y beneficencia que otrora ayudaba a realizar como engranaje de la gran maquinaria de previsión y ayuda. [...] todos aquellos cuya aflicción inunda en oleadas mi escritorio colmado de pedidos claman a un ser humano, no a un aparato. Que cada cual se quede con aquello que satisfaga sus exigencias.

Hermann Hesse, Horas junto al escritorio (ilust. Roberto Rébora, México, Taller Ditoria, 2013, Colección del Fusil / Lecturas de JJ; tomado de Relatos autobiográficos, trad. Manuel Manzanares, México, Porrúa, 1992, Colección Sepan Cuantos...)