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Con más de setenta títulos publicados desde su fundación en 1995, Taller Ditoria es resultado de un ejercicio singular en el ámbito de la edición, no sólo por la calidad de sus contenidos literarios y nómina de autores, sino también por sus resultados estéticos y formales: libros enteramente artesanales desde la tradición tipográfica. Libros de artista cuyos textos son formados en tipos móviles e impresos en prensa plana Chandler & Price 1899 –La Toñita–, así como cosidos y encuadernados en rústica a mano; cada título con su diseño propio, en tiraje reducido. Taller Ditoria es dirigido por su fundador, el pintor y editor Roberto Rébora. Jorge Jiménez, quien lo ha acompañado en la aventura desde el inicio, es el maestro tipógrafo y encuadernador que materializa el diseño concebido para cada obra por publicar. La impresión está a cargo de Gilberto Moctezuma, junto con La Toñita. Luz de Lourdes García Ortiz, editora, se encarga de cuidar las ediciones y de otras labores que atañen a la editorial. Taller Ditoria es un espacio de experimentación formal riguroso, animado por el intenso gusto de realizar ediciones de características propias.
En Taller Ditoria, firma de libros por sus autores: Paternidad, de Argel Corpus, y El opuesto de la flor, de Bruno Darío


Es difícil captar el sentido y la sonoridad de los versos al ser escuchados por primera vez y en el momento en que alguien nos los lee en voz alta. Solamente los versos célebres ganan el privilegio de volverse alados para llevar hasta nuestros sentidos la identificación de quien los pronuncia y sus inequívocos significados. Pero sean leídos en su forma inaugural o repetidos en su memoriosa historia, los versos que son poesía constituyen la sustancia sagrada de un rito, y nuestro maltrecho pero digno taller, después de muchos años, renovó su encantamiento al volver a ser escenario del ritual de la poesía en voz alta. El sábado pasado, Argel Corpus leyó algunos poemas de su reciente libro, Paternidad, enlazándonos a la cadencia de su voz y a su discreto andar reflexivo. Por su parte, Bruno Darío, desde una curiosa mezcla de la contención de oficiante y el impulso de su juventud, leyó una selección propia de El opuesto de la flor, declarando que con ello realizaba su graduación. A los amigos que celebraron la poesía en Taller Ditoria les agradecemos su compañía. En los tiempos que corren, no hay nada más temerario que entregarse a la infumable y poco de fiar poesía.

Poesía, ¿eres tú?









Segunda de las dos novedades de Taller Ditoria para este 2016: El opuesto de la flor, de Bruno Darío.





Primera de las dos novedades de Taller Ditoria para este 2016: Paternidad, de Argel Corpus.




«Santiago Tlatelolco, una parábola de Pablo Soler Frost», reseña de José Quezada





Hace 22 años nació Taller Ditoria, una de las editoriales independientes más importantes del país, cuyas publicaciones retoman una idea que ha perdido relevancia en la concepción editorial de ciertas generaciones inmersas en plataformas ajenas al ámbito de las prensas, los tipos móviles y las cajas tipográficas: la del impresor y editor como un artesano o creador de objetos sensoriales que resultan de un trabajo manual, meticuloso y lento.

Bajo una estética austera y compacta, la Colección del Fusil antologa una serie de cuentos, relatos y fragmentos de la obra de autores universales con una visión profunda y humanitaria. Ejemplo de ello es Santiago Tlatelolco, un cuento original y de difícil clasificación que narra un breve encuentro entre la espiritualidad de Mesoamérica y el Cristianismo.

Su autor, Pablo Soler Frost, obtuvo el Premio de Narrativa Colima en el año 2009 por Yerba americana, y entre su obra se encuentran títulos de poesía, novela, teatro y guiones cinematográficos.

Incluido en Birmania (Libros del Umbral, 1999), Santiago Tlatelolco es el onceavo título de la Colección del Fusil, y trata —como una parábola breve y luminosa—, el sincretismo cultural del mestizaje a partir de una vuelta de tuerca: el contacto con la espiritualidad mesoamericana trastoca, a través del consumo de hongos psilocibios, la visión y las creencias de un fraile durante la evangelización en la Nueva España.

Con intereses e influencias eclécticas, Pablo Soler Frost ha sido reconocido como uno de los escritores más importantes de la literatura mexicana actual. Si pensáramos en un catálogo de autores cuya obra tuviera afinidades con su mundo narrativo, podríamos incluir a Fray Luis de Granada, los cronistas de Indias, Cervantes, Chesterton, Tolkien, Borges, Carpentier, Arreola y Elizondo.




http://www.maspormas.com/2016/09/07/santiago-tlatelolco-una-parabola-de-pablo-soler-frost/
Fernando García Ramírez reseña Vampiros aztecas, de Pablo Soler Frost:


En la Ciudad de México gustamos llevar a quienes nos visitan al Templo Mayor. Conjunción en piedra de inteligencia ingenieril, sabiduría astronómica, belleza arquitectónica y horror religioso. En las ruinas del Templo y en el formidable museo adjunto, se exhiben dioses vestidos con piel humana, filosos cuchillos de pedernal para el sacrificio, vasijas para arrojar corazones, el altar (tzompantli) donde se empalaban las cabezas decapitadas de los sacrificados.

¿Cómo es que una sociedad tan altamente sofisticada pudo convivir con ese culto a la muerte violenta? ¿Cómo podemos nosotros convivir con la presencia cotidiana de sacrificados en el altar de la inútil guerra contra el narco? ¿Qué clase de vínculo subterráneo existe entre una violencia y otra? Los aztecas necesitaban la sangre de los sacrificados para alimentar y mantener satisfechos a sus dioses. ¿Qué clase de espantosa necesidad satisfacen los muertos actuales? Se dice que son más de 150 mil en los últimos diez años. Decapitados, desollados, baleados.

En 1969, un año después de la represión de estudiantes en Tlatelolco, luego de hacer un análisis político y sociológico del México posrevolucionario, Octavio Paz propuso en Posdata ver la matanza de Tlatelolco como un eco de las muertes sacrificiales oficiadas en esa misma plaza cinco siglos atrás, para escándalo del medio intelectual. Esos ecos siguen hoy resonando.

Para Pablo Soler Frost (Vampiros aztecas, [Taller] Ditoria, 2015) la capital azteca “era capital de sangre. De los templos que copiaban los sagrados cerros, sangre; sus canales regaban sus huertos de sangre… Sangre propia, sangre de otros, ofrecida con motivo de esta o de otra mexica ocasión.” Las matanzas, afirma Inga Clendinnen, “eran frecuentes: parte del pulso de la vida.” No se fingía compasión ante las víctimas, “al ver como hacían los aztecas en sus fiestas, risa de tanta sangre humana”, dice Soler Frost siguiendo a Alva Ixtlilxochitl. Era normal el espectáculo de la muerte violenta, los sacrificios humanos le daban sentido a la vida.

Los dioses, saciada su sed de sangre humana, permitían a los hombres seguir con su existencia. Las muertes, los sacrificios de hoy, ¿tienen sentido? La clave de la violencia de nuestro tiempo no la ofrece Pablo Soler Frost (1965) a pesar de ser el mejor narrador de su generación. Lo que en cambio nos brinda en su nouvelle es una visión terrible de lo que vivimos.

En Vampiros aztecas se cuenta: luego de 90 días de sitio, la Venecia nahua, la gran Tenochtitlán, fue derrotada por los españoles y sus aliados indígenas. Los sacrificios fueron interrumpidos, “los cantos quebrados en lamentos. Hombres y mujeres torturados. El emperador ahorcado en la selva. Los dioses desaparecieron.” Todo cambió. Unos cuantos –los tlacatecólotl, “los hombres-buho”– siguieron alimentando en secreto a sus dioses sedientos de sangre. Nosotros los conocemos como vampiros. Son inmortales, aficionados a la sangre y al sacrificio. Han sobrevivido por siglos escondidos en viejas casonas del centro de la ciudad. De vez en cuando aparecen para resucitar su sueño de sangre, para saciar a las divinidades voraces del México antiguo. Los hombres-buho viven en medio de nosotros. Sus víctimas son atraídas con engaños. Su sacrificio ritual, en honor a Tezcatlipoca, aterrador como es, brindaba sentido: “La creencia en un caos subyacente sustentaba el orden en toda la sociedad azteca. La violencia del Estado reflejaba la violencia del cosmos y de los dioses. Los aztecas no se avergonzaban de convertir las matanzas en espectáculo”, sostiene el filósofo inglés John Gray (El alma de las marionetas, Sexto Piso, 2015).

Para los aztecas, así como para los romanos en tiempos de los gladiadores, las matanzas eran espectáculos masivos. “Lo asombroso de los aztecas –señala John Gray– procede del hecho de que mataban para dar sentido a sus vidas”. Las grandes masacres del siglo XX se llevaron a cabo para dar paso, en una lógica demencial, a “un mundo mejor”: en el caso de los comunistas, a un mundo sin clases ni explotación; para los nazis, al dominio de una “raza superior”. Los fundamentalistas islámicos en nuestro siglo asesinan y crean terror para alcanzar un mundo sin infieles, adoradores todos de un solo dios, el suyo. Nosotros, los mexicanos, llevamos diez años de matanzas sin sentido. No se mata en nombre de un ideal, un dios, una bandera, una raza. Nadie en sus cabales piensa que la guerra contra el narco se ganará algún día. Diariamente nos amanecemos con muertos en Guerrero, Tamaulipas, Morelos...

En comparación, la “barbarie” azteca era más civilizada que nuestra barbarie actual. A falta de una explicación de nuestra absurda complacencia con la muerte, la idea de Tezcatlipoca exigiendo sacrificios no parece ser descabellada.

http://www.elfinanciero.com.mx/opinion/vampiros-aztecas.html


Del catálogo actual de publicaciones: Colección del Fusil / Lecturas de JJ.


Del catálogo actual de publicaciones: Colección del Fusil / Lecturas de JJ.


Del catálogo actual de publicaciones: Colección del Fusil / Lecturas de JJ.



Nueva reseña de Vampiros aztecas, de Pablo Soler Frost: «La elección del vampirismo», por Gabriel Bernal Granados.




Vampiros aztecas es un homenaje que Pablo Soler Frost le rinde a quien fuera uno de sus maestros más distinguidos en vida, Salvador Elizondo. El nombre de Elizondo aparece consignado en la Nota final del libro, donde el autor enumera las fuentes que le sirvieron para proyectar su relato. Fernando Alva Ixtlixóchitl, Leonora Carrington, Bernal Díaz del Castillo, Miguel León Portilla, Ramón López Velarde, Luis González Obregón (no aparece el apellido de Octavio Paz, de quien, en la página 12, se incorpora la cita de uno de sus poemas más conocidos: “Soy hombre, duro poco…”) y Elizondo mismo son algunos de los nombres que integran una caterva de alusiones más o menos plausibles. Pero lo que Pablo Soler Frost toma de Salvador Elizondo no es una frase o un tema capaz de organizar una “fuga”, en el sentido musical del término, sino la idea en sí de escribir este relato. Vampiros aztecas reconoce, y adapta a su modo, un guiño que se encuentra diseminado en el libro de relatos y ensayos de Elizondo titulado Camera lucida.

“El rito azteca” cuenta la historia imposible, y por lo tanto hilarante, de un crimen masivo e indeterminado que ocurre en el distrito de Belgravia, en el Londres de Sherlock Holmes. El periódico de la noche, haciendo eco de las investigaciones erráticas de Scotland Yard, denomina a este hecho de sangre “el rito azteca”. Poco antes de la llegada del inspector Gregson a la casa de Holmes en Baker Street, aparece de la nada un corazón, empacado en una caja y contenido en un frasco de vidrio, “de ésos que se emplean comúnmente para guardar confitura o pepinillos encurtidos”. El corazón, que arde en llamas después de que Watson intenta resucitarlo aplicándole corriente eléctrica, es un símbolo tomado al azar de la pervivencia de otro tiempo en un escenario imposible (lucubraciones “aztecas” en el Londres decimonónico de Conan Doyle). Pero sobre todo, el corazón es el detonante de una impecable boutade que sí conoce solución de continuidad (el cuento, interrumpido en la página 70, prosigue en la 189 de la primera edición de Camera lucida de 1983).

Pablo Soler Frost aprovecha este antecedente para desarrollar una historia no menos imposible que la de su mentor literario. Vampiros aztecas cuenta el invierno prolongado de una secta que tendría su origen en la Tenochtitlán prehispánica y encontraría una deficiente secuela en las épocas que fueron marcando hitos históricos de Ciudad de México hasta llegar a nuestro tiempo. A esta secta, dueña de las claves que explican el misterio de la procrastinación y la inmortalidad, se le conoce como “vampiros aztecas”: “Los tlacatecólotl. Los hombres-búho. ‘Vampiros’ les dirán luego, pero éste es un nombre errado, pues aunque compartían muchas cosas con los vampiros europeos –su inmortalidad aparente, su juventud y su belleza, su afición a la sangre, su odio y temor ante el cristianismo–, lo principal era distinto.”

No cometeré el error de contar de nuevo la historia que cuenta Pablo Soler Frost en su libro. Me limitaré a decir que en él, de una manera más libre que en publicaciones anteriores, están presentes obsesiones que habían caracterizado los mejores frutos de su obra, ya numerosa. Las alteraciones de la percepción debido al consumo de sustancias psicotrópicas; la emergencia de símbolos del inconsciente que adquieren, de noche, una claridad que no podrían tener durante el día; una sexualidad que no acaba de confesarse a sí misma en una volición honesta y desaforada de la carne del otro, y por encima de todas estas cosas que he enumerado de manera algo más que sucinta, la resurrección de un pasado ceremonial y salvaje, incomprensible a los ojos de un Occidente amo y señor de la racionalidad y la conciencia lógica.

Vampiros aztecas reúne lo mejor y más original de la narrativa de Pablo Soler Frost. Pablo, escritor declaradamente católico y conservador en sus modales y apariencia, habla de chavos y de drogas, de putos y de imposibilidades esotéricas referidas a nuestro pasado prehispánico, de la colonia Guerrero y de Blue Demon –hay una búsqueda, en su prosa, de un equilibrio entre las emociones de la vida cotidiana y una cultura que se quiso a sí misma, desde el principio, vasta, abigarrada y exquisita. Hay rupturas y callejones sin salida, equivalentes honestos a preguntas sin respuesta. “Prendí un cigarro”, dice Alan, alter ego desenfadado de Pablo en el relato, “le di un jalón, me dije mi nombre, le di otro jalón, lo tiré, seguí a ese niño.”

Quisiera definir, antes de concluir mi texto, en qué consiste esa nostalgia de lo otro que se encuentra en los Vampiros aztecas, de Pablo Soler Frost, pero tanto a ustedes como a mí nos resultarían insufribles y confusos los lugares comunes que traerían a cuento los viajes de iniciación producidos por el consumo de drogas y la consecuente disolución de los umbrales entre pasado y el presente, para no incluir, por improbable, el futuro.

Terminemos, pues, con la convicción de que quienes lean este libro estarán frente a lo mejor que ha producido Pablo Soler Frost a lo largo de tres décadas de trabajo literario, tan empeñoso como marginal o disoluto. •



http://semanal.jornada.com.mx/2016/07/08/la-eleccion-del-vampirismo-269.html
Del catálogo actual de publicaciones: Colección del Fusil / Lecturas de JJ.


Del catálogo actual de publicaciones: Colección del Fusil / Lecturas de JJ.



Una de las más recientes entrevistas realizadas a Taller Ditoria, esta vez, por Agencia N22, de Canal 22.

Gracias a Perla Velázquez y su equipo.




De las personas, de la tinta y de la imprenta. Del tiempo en el espacio: el libro como recorrido vital

Nueva semblanza de Taller Ditoria




Taller Ditoria es resultado de un ejercicio singular en el ámbito de la edición, no sólo por la calidad de sus contenidos literarios y nómina de autores, sino también por sus resultados formales: libros de tiraje reducido, enteramente artesanales desde la tradición tipográfica. Esto es, libros de artista formados con tipos móviles, impresos en prensa plana Chandler de 1899, encuadernados a mano, cada título con su diseño propio.

Desde su fundación en febrero de 1994 por un grupo de amigos apasionados de la poesía, ha publicado obras de algunos de los más importantes poetas, narradores y ensayistas, tanto en lengua española como en lenguas extranjeras (éstas traducidas al español). Gerardo Deniz es el poeta emblemático de Taller Ditoria, así como Juan Bautista Villaseca. En su catálogo se encuentran títulos de Juan Gelman, Eduardo Milán, Gabriel Zaid, José Luis Rivas, Marco Perilli, Argel Corpus, Mauricio Montiel Figueiras, Eduardo Scala, Mónica de la Torre, Ida Vitale, Enrique Fierro, Ulises Carrión, Daniel Bolado, Julio Trujillo, Fabio Morábito, Luis Alberto Ayala Blanco, José Kozer, Saúl Yurkievich, Eduardo Vázquez Martín, Josué Ramírez, Fernando Benítez, Francisco y José Joaquín Benegasi y Luján, Stéphane Mallarmé (en traducción de Jaime Moreno Villarreal), Giacomo Leopardi (en traducción de Guillermo Fernández), William Hazlitt (en traducción de Jesús Silva-Herzog Márquez), Philip Larkin (en traducción de Argel Corpus y Evelio Rojas), Henry David Thoreau (en traducción de Alexia Halteman), entre otros. En 2015 se integran obras de Pablo Soler Frost. Taller Ditoria ha coeditado con Auieo Ediciones, El Colegio de Puebla, la Biblioteca Palafoxiana, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y la Universidad del Claustro de Sor Juana.

El alcance de las publicaciones de Taller Ditoria es nacional e internacional. Ha participado en las ferias de libro más importantes del medio, como la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y la Frankfurter Buchmesse (Feria del Libro de Frankfurt; 2008). También ha participado en exposiciones de libro de artista, tal como Codex México (organizado por la University of California at Berkeley). Sus libros forman parte de acervos de bibliotecas como las de la Capilla Alfonsina, Universidad Autónoma de Nuevo León, University of California at Berkeley, University of Texas at Austin, Princeton University, Stanford University, University of North Carolina, University of Wisconsin.


Taller Ditoria es dirigido por el pintor y editor Roberto Rébora. Jorge Jiménez, quien lo ha acompañado en la aventura desde su inicio, es el maestro tipógrafo y encuadernador que materializa el diseño que entre ambos conciben para cada obra por publicar. La impresión y parte de la formación tipográfica está a cargo de don Gilberto Moctezuma. Luz de Lourdes García Ortiz, editora, participa cuidando las ediciones. La labor en los recientes años se ha hecho en condiciones extraordinarias, pero en torno al ejercicio de Taller Ditoria existen consideraciones más amplias, profundas: el ritmo humano de la producción, el margen temporal que éste genera en la reflexión, en la lectura en voz alta, en la decisión tomada y transformada durante el crecimiento de cada obra; los encuentros y aun los desencuentros en el camino; el asombro, el milagro de textos y texturas. Es un ser cuya organicidad hace de eso que llamamos «cultura» un algo latiente, vivo. Su impulso es el afán artístico, en la convicción de que es una manera valiosa de contribuir a hacer de éste un mundo más amable