Acerca la editorial
- Taller Ditoria
- Con más de setenta títulos publicados desde su fundación en 1995, Taller Ditoria es resultado de un ejercicio singular en el ámbito de la edición, no sólo por la calidad de sus contenidos literarios y nómina de autores, sino también por sus resultados estéticos y formales: libros enteramente artesanales desde la tradición tipográfica. Libros de artista cuyos textos son formados en tipos móviles e impresos en prensa plana Chandler & Price 1899 –La Toñita–, así como cosidos y encuadernados en rústica a mano; cada título con su diseño propio, en tiraje reducido. Taller Ditoria es dirigido por su fundador, el pintor y editor Roberto Rébora. Jorge Jiménez, quien lo ha acompañado en la aventura desde el inicio, es el maestro tipógrafo y encuadernador que materializa el diseño concebido para cada obra por publicar. La impresión está a cargo de Gilberto Moctezuma, junto con La Toñita. Luz de Lourdes García Ortiz, editora, se encarga de cuidar las ediciones y de otras labores que atañen a la editorial. Taller Ditoria es un espacio de experimentación formal riguroso, animado por el intenso gusto de realizar ediciones de características propias.
Taller Ditoria (Roberto Bolado, 2005)
Catálogo de publicaciones para venta Taller Ditoria
Nueva reseña de Vampiros aztecas, de Pablo Soler Frost: «La elección del vampirismo», por Gabriel Bernal Granados.
Vampiros aztecas es un homenaje que Pablo Soler Frost le rinde a quien fuera uno de sus maestros más distinguidos en vida, Salvador Elizondo. El nombre de Elizondo aparece consignado en la Nota final del libro, donde el autor enumera las fuentes que le sirvieron para proyectar su relato. Fernando Alva Ixtlixóchitl, Leonora Carrington, Bernal Díaz del Castillo, Miguel León Portilla, Ramón López Velarde, Luis González Obregón (no aparece el apellido de Octavio Paz, de quien, en la página 12, se incorpora la cita de uno de sus poemas más conocidos: “Soy hombre, duro poco…”) y Elizondo mismo son algunos de los nombres que integran una caterva de alusiones más o menos plausibles. Pero lo que Pablo Soler Frost toma de Salvador Elizondo no es una frase o un tema capaz de organizar una “fuga”, en el sentido musical del término, sino la idea en sí de escribir este relato. Vampiros aztecas reconoce, y adapta a su modo, un guiño que se encuentra diseminado en el libro de relatos y ensayos de Elizondo titulado Camera lucida.
“El rito azteca” cuenta la historia imposible, y por lo tanto hilarante, de un crimen masivo e indeterminado que ocurre en el distrito de Belgravia, en el Londres de Sherlock Holmes. El periódico de la noche, haciendo eco de las investigaciones erráticas de Scotland Yard, denomina a este hecho de sangre “el rito azteca”. Poco antes de la llegada del inspector Gregson a la casa de Holmes en Baker Street, aparece de la nada un corazón, empacado en una caja y contenido en un frasco de vidrio, “de ésos que se emplean comúnmente para guardar confitura o pepinillos encurtidos”. El corazón, que arde en llamas después de que Watson intenta resucitarlo aplicándole corriente eléctrica, es un símbolo tomado al azar de la pervivencia de otro tiempo en un escenario imposible (lucubraciones “aztecas” en el Londres decimonónico de Conan Doyle). Pero sobre todo, el corazón es el detonante de una impecable boutade que sí conoce solución de continuidad (el cuento, interrumpido en la página 70, prosigue en la 189 de la primera edición de Camera lucida de 1983).
Pablo Soler Frost aprovecha este antecedente para desarrollar una historia no menos imposible que la de su mentor literario. Vampiros aztecas cuenta el invierno prolongado de una secta que tendría su origen en la Tenochtitlán prehispánica y encontraría una deficiente secuela en las épocas que fueron marcando hitos históricos de Ciudad de México hasta llegar a nuestro tiempo. A esta secta, dueña de las claves que explican el misterio de la procrastinación y la inmortalidad, se le conoce como “vampiros aztecas”: “Los tlacatecólotl. Los hombres-búho. ‘Vampiros’ les dirán luego, pero éste es un nombre errado, pues aunque compartían muchas cosas con los vampiros europeos –su inmortalidad aparente, su juventud y su belleza, su afición a la sangre, su odio y temor ante el cristianismo–, lo principal era distinto.”
No cometeré el error de contar de nuevo la historia que cuenta Pablo Soler Frost en su libro. Me limitaré a decir que en él, de una manera más libre que en publicaciones anteriores, están presentes obsesiones que habían caracterizado los mejores frutos de su obra, ya numerosa. Las alteraciones de la percepción debido al consumo de sustancias psicotrópicas; la emergencia de símbolos del inconsciente que adquieren, de noche, una claridad que no podrían tener durante el día; una sexualidad que no acaba de confesarse a sí misma en una volición honesta y desaforada de la carne del otro, y por encima de todas estas cosas que he enumerado de manera algo más que sucinta, la resurrección de un pasado ceremonial y salvaje, incomprensible a los ojos de un Occidente amo y señor de la racionalidad y la conciencia lógica.
Vampiros aztecas reúne lo mejor y más original de la narrativa de Pablo Soler Frost. Pablo, escritor declaradamente católico y conservador en sus modales y apariencia, habla de chavos y de drogas, de putos y de imposibilidades esotéricas referidas a nuestro pasado prehispánico, de la colonia Guerrero y de Blue Demon –hay una búsqueda, en su prosa, de un equilibrio entre las emociones de la vida cotidiana y una cultura que se quiso a sí misma, desde el principio, vasta, abigarrada y exquisita. Hay rupturas y callejones sin salida, equivalentes honestos a preguntas sin respuesta. “Prendí un cigarro”, dice Alan, alter ego desenfadado de Pablo en el relato, “le di un jalón, me dije mi nombre, le di otro jalón, lo tiré, seguí a ese niño.”
Quisiera definir, antes de concluir mi texto, en qué consiste esa nostalgia de lo otro que se encuentra en los Vampiros aztecas, de Pablo Soler Frost, pero tanto a ustedes como a mí nos resultarían insufribles y confusos los lugares comunes que traerían a cuento los viajes de iniciación producidos por el consumo de drogas y la consecuente disolución de los umbrales entre pasado y el presente, para no incluir, por improbable, el futuro.
Terminemos, pues, con la convicción de que quienes lean este libro estarán frente a lo mejor que ha producido Pablo Soler Frost a lo largo de tres décadas de trabajo literario, tan empeñoso como marginal o disoluto. •
http://semanal.jornada.com.mx/2016/07/08/la-eleccion-del-vampirismo-269.html