Acerca la editorial

Mi foto
Con más de setenta títulos publicados desde su fundación en 1995, Taller Ditoria es resultado de un ejercicio singular en el ámbito de la edición, no sólo por la calidad de sus contenidos literarios y nómina de autores, sino también por sus resultados estéticos y formales: libros enteramente artesanales desde la tradición tipográfica. Libros de artista cuyos textos son formados en tipos móviles e impresos en prensa plana Chandler & Price 1899 –La Toñita–, así como cosidos y encuadernados en rústica a mano; cada título con su diseño propio, en tiraje reducido. Taller Ditoria es dirigido por su fundador, el pintor y editor Roberto Rébora. Jorge Jiménez, quien lo ha acompañado en la aventura desde el inicio, es el maestro tipógrafo y encuadernador que materializa el diseño concebido para cada obra por publicar. La impresión está a cargo de Gilberto Moctezuma, junto con La Toñita. Luz de Lourdes García Ortiz, editora, se encarga de cuidar las ediciones y de otras labores que atañen a la editorial. Taller Ditoria es un espacio de experimentación formal riguroso, animado por el intenso gusto de realizar ediciones de características propias.


En recuerdo de Gerardo Deniz, hoy a un lustro de su partida pa’l otro barrio. ♪

Gerardo Deniz, poeta: pseudónimo de Juan Almela Castell, traductor y erratonero (corrector de pruebas). En 1994 llegó a Taller Ditoria gracias al poeta editor. Nuestra amistad se prolongó durante más de una década. Las tardes de los miércoles fueron de complicidades, de música y de ron, de poesía en voz alta entre nosotros, artistas; crepúsculos de retratos. El taller vivía en torno al diamante que fue don Juan. Antisolemne, irónico, de cultura amplísima, sabemos que difícilmente encontraremos otro conversador dispuesto a compartir su tiempo, sus intereses y sus saberes, así como lo cotidiano de la vida sencilla. Imponentes su presencia física, su aura.

Siendo aprendices del oficio editorial tipográfico, lograr en 1996 su Letritus fue una...

Hazaña

Sobre basalto enjabonado de mierda
bailar la polca
sin resbalar hacia el arte.

Se le publicaron cuatro títulos más, bajo su compañía y venia, celebrando lo posible y el lujo de hacer las cosas por gusto: “...Y llegaron los gatos” (parte de 80 / Presea Pericles 2000, como homenaje a Juan Soriano), en 2000; Cubiertos de una piel, en 2002; Semifusas, en 2004; e IMDINB, en 2006, en coedición con el Fondo de Cultura Económica.

La obra del poeta insignia de Taller Ditoria es un insuperable portento del lenguaje y del pensamiento. Impregnada de una sensibilidad que brinda exquisiteces eruditas, amorosas, eróticas como ninguna, aun jocosas; frontal, de una refinada ironía sin concesiones a la neocursilería ni a los fariseísmos, sin impostura alguna. En sus versos hay belleza. Es uno de los mayores poetas en lengua española.




Hay que saber dudar donde es necesario, aseverar donde es necesario, someterse donde es necesario. Quien no lo hace no escucha la fuerza de la razón. Los hay que pecan contra estos principios, o bien aseverándolo todo como demostrativo, por no entender de demostraciones; o bien dudando de todo, por no saber dónde hay que someterse; o bien sometiéndose a todo por no saber dónde hay que juzgar.

*

El mundo juzga bien de las cosas porque se halla en la ignorancia natural, que es la verdadera sede del hombre. Las ciencias tienen dos extremos que se tocan. El primero es la pura ignorancia natural en que se encuentran todos los hombres al nacer. El otro, aquel a que llegan las almas grandes que, habiendo recorrido todo lo que los hombres pueden saber, encuentran que no saben nada, y se encuentran en esa misma ignorancia de donde partieron; pero es una docta ignorancia que se conoce a sí misma. Aquellos que han salido de la ignorancia natural y no han podido llegar a la otra tienen cierto barniz de esta ciencia suficiente y se hacen los entendidos. Perturban el mundo y juzgan mal de todo. El pueblo y los hábiles componen el tren del mundo; aquéllos lo desprecian y son despreciados. Juzgan mal de todo y el mundo juzga bien de ellos.


Pascal, Pensamientos, Guadalajara, Ditoria Hormiga, 2009, Colección del Semáforo, 1. (Tomado de la edición de Espasa Calpe, Madrid, 1940.)










las uvas de nuestras viñas han sido vendimiadas
los racimos de muertos cuyos granos oblongos
tienen sabor a sangre a tierra y a sal
aquí los tienes París para calmar tu sed
bajo el cielo cubierto de famélicas nubes
que acaricia Ixión el creador oblicuo
y donde sobre el mar nacen los cuervos africanos
oh uvas y esos ojos apagados y en familia
el futuro y la vida se aburren en sus parras

[...]

el universo todo mezclado en ese vino
que contenía mares animales y plantas
ciudades y destinos y los astros que cantan
los hombres de rodillas en el borde del cielo
y el dócil hierro nuestro buen compañero
el fuego que hay que amar como se ama uno mismo
los altivos difuntos que son uno en mi frente
el rayo que brilla como un pensamiento nuevo
los hombres de seis en seis los números de uno en uno
kilos de papel retorcidos como llamas
y aquellos que sabrán blanquear nuestras osamentas
los buenos versos inmortales
ejércitos alineados para la batalla
bosques de crucifijos y mis casas lacustres
a orillas de los ojos de aquella que amo tanto
las flores que claman fuera de las bocas
y todo lo que no sé decir
todo lo que jamás conoceré
todo eso todo eso trocado en este vino puro


Guillaume Apollinaire, Vendimiario, tomado de la traducción de González Boto, ilust. Roberto Rébora, México, Ditoria, 1995.













De cacería temprano

                                                           para Josué Ramírez


Cazábamos versos por las calles del centro.
Los celábamos con los ojos de la analogía,
los de la imagen armónica y la simpatía de los acentos,
los de la exaltación a veces, los de la gracia.
Íbamos con los ojos de poeta puestos.

En su inmensa mayoría
los versos que cazamos de mañana
–porque de cacería se sale muy temprano–
fueron ajenos; versos memorables
dejados por descuido en cualquier sitio,
criaturas prófugas del signo, delirios
contenidos en sus clásicas siluetas.

Siendo sorprendentes eran familiares
aquellas luces encarnadas;
“Nadie puede –nos explicó Gabriel un día–,
ver más que la realidad que se merece.”

Al doblar en una esquina descubrimos
laberíntico retruécano prosaico
–curioso por las suertes epifánicas–,
esperando en la parada de autobuses
que se lo llevara el tranvía que ya no pasa.
O en una fuente vimos, sonámbula,
la palabra cincelada en una piedra
que era la humana forma en los zapatos puesta.

Ánimas de la Catedral náufraga
anunciaron sus oficios en desuso: “No hay mayor dolor
que recordar el tiempo feliz en la miseria”.
Al priapismo del soldado copal para sahumar el arma
y la sentencia inapelable de estos días: Caína espera.
Después apareció lasciva la Cleopatra, Helena hueca,
mujer de piedra desmembrada en una piedra,
y otros souvenirs para turistas.

Conejos, sólo eso eran, apariciones blancas
confundidas entre supersticiosos peatones.
De tan veloces, presas imposibles,
se fueron sin saber que el referente ha muerto.

Eduardo Vázquez Martín, Minuta, viñetas: Roberto Rébora, México, Ditoria, 1995.













Skin

Obedient daily dress,
You cannot always keep
That unfakable young surface.
You must learn your lines -
Anger, amusement, sleep;
Those few forbidding signs

Of the continuous coarse
Sand-laden wind, time;
You must thicken, work loose
Into an old bag
Carrying a soiled name.
Parch then; be roughened; sag;

And pardon me, that
I could find, when you were new,
No brash festivity
To wear you at, such as
Clothes are entitled to
Till the fashion changes.

*

Piel

Ropa obediente y cotidiana,
no siempre puedes conservar
tu superficie tersa.
Debes aprender tus gestos:
enojo, asombro, sueño.
Aquellas señales prohibidas

del viento permanente,
cargado de arena, el tiempo.
Te haces áspera, flácida,
hasta convertirte en un saco viejo,
con un nombre gastado.
Reseca; callosa; guanga;

y perdón por no haber podido
encontrar, cuando fuiste nueva,
alguna celebración impúdica
donde lucirte, tal como
ocurre con la ropa,
hasta que la moda cambia.


Philip Larkin, Aubade, edición inglés-español, traducción: Argel Corpus y Evelio Rojas, presentación: los traductores, Guadalajara, Ditoria Hormiga, 2013, Colección del Semáforo, 30.















Sal sonora

Ruidos ingratos de la ciudad,
un auto pasa pero no pasan ellos
porque otro suma lo insoluble.
Lejos o cerca, todo busca
integrar el ultraje sonoro.
Un grajo grazna su reclamo.
El ruido tiembla, árbol arriba,
alto brota en el farol del día
o cae sumando su redoble
a la emisión que nos persigue,
aura sonora que, invisible,
como a una planta herida viene
con su venda de sal a atarnos.


Ida Vitale, Mínimas de aguanieve, ensayo introductorio “De la nada y sus filigranas”: Sandra Lorenzano, ilustración: Roberto Rébora, México, Taller Ditoria-Universidad del Claustro de Sor Juana, 2015.










Gatos. De casi cualquier color. Casi, pues los hay matizados de azul o lila, mas verde no, salvo uno que soñé hace mucho. Las multicolores son gatas siempre. Ellos son bellos, aunque puede ser preciso entender su faz. Ellas son más transitivas a la hermosura.

[...]

Ante la mirada de un gato, la superficie del agua tranquila se hace cóncava, en grado escaso pero mensurable.

Detrás del antebrazo, dos, tres, cuatro pelos largos –vibrisas– como breves cejas, dan fe de lo incomprensible.


80 / Presea Pericles 2000, Juan Soriano: dibujos, Gerardo Deniz: “...Y llegaron los gatos”, Adolfo Castañón: introducción “Las siete vidas de Juan Soriano”, México, Taller Ditoria-Museo Amparo-Fundación Amparo, 2000.












e.

Mi nombre es Alan. Nací en los ochenta, en el gabacho. Viví en México de niño, en la Irrigación; regresamos a Los Ángeles, mis padres murieron envenenados. Soy huérfano. No soy güero. Sí soy wero. No.

Luego de ser expulsado del instituto, por pacheco, me vine para México. Ya nada tenía yo en L.A., así que, desde esta Aztlán inventada, hice mi propia peregrinación, que pinté debidamente, al año, en una tira. Aquí llegué, al Anahuac. Terminé mis estudios de forma abierta a interpretaciones. Ingresé a San Carlos. Aprendí a hacer pinturas sobre lienzos.

Quiero volver a mi materia. O sea, pero... yo estaba bien loco cuando tenía veinticinco años. Estaba muy solo, pese a desear la compañía. Mi estupidez o mi orgullo me impedían el trato con otras personas, y yo me gloriaba en ello. Por lo tanto buscaba nada de nadie. Mi pintura, pensaba, necesita conocimiento. No amistades, no redes sociales, no fiestas, no sentimiento, sino conocimiento. Pero soy hombre, duro poco...

Pintando en las ruinas me fui adentrando en el México prehispánico: me parecía imposible de entender el porqué de la destrucción de los aztecas, y, como los informantes de Sahagún, yo también me preguntaba si acaso nuestros dioses habían muerto. ¿Qué se había hecho el de los colmillos y anteojeras, el otro torvo y color de niño con sus brazos azules y sus piernas azules, y el del espejo humo negro de obsidiana, y la señora del faldellín de serpientes, y la señora de las inmundicias, y el señor descarnado, y nuestra abuela, y el señor de lejos, y las grandes bocas de la tierra y del sol? Todo destruido, todo tirado, todo muerto por siempre, vivo, tan sólo, entre aquellos de los que hablo con reverencia, sí, y con espanto, los propiamente llamados tlacatecólotl. No sólo son hombres-búho: también son tlacatéotl, hombres de dios, y tlaamahuiques, hombres que lo intentan atrapar a uno, y tlacateccatl, acomodadores de hombres.

Yendo y viniendo por basamentos y salones topé con uno. El nombre castellano de este hombre era el profesor Esparza, quien daba, en un helado anexo universitario, una clase sobre el Códice Borgia y el Borbónico. Esparza era un hombre gallardo, frío, que nunca parecía estar cómodo, uno de esos indios prusianos, oí decir un día o lo leí en una app. Recordaba de pronto a Johnny Depp. Su mirada era profunda. Nunca supe si al final había desprecio o caridad.


Pablo Soler Frost, Vampiros aztecas, ilust. PSF, México, Taller Ditoria, 2015.








El verano


La mujer de M. aparta la vista del televisor. Aguza el oído como un animal del bosque para sepultar las risas pregrabadas.

El control remoto es la pala que concluye la inhumación sonora. La mujer de M. ha detectado un cambio en el aire, en su mundo.

Una tersura súbita envuelve los objetos. En los brazos del sofá el tacto de la mujer de M. alcanza a distinguir una piel masculina.

Se respira un olor a cosas que nacen, a secretos expuestos. La mujer de M. se incorpora. En el televisor truenan aplausos mudos.

Una vez en el porche de su casa, la mujer de M. mira las calles del pueblo. La misma tierra, el mismo vacío. Pero hay algo más.

La tarde se manifiesta en la bolsa de plástico que gira con lentitud en una brisa eléctrica. La mujer de M. contempla la danza.

En las ventanas de los edificios vibra una gelatina luminosa. El sol, comprende la mujer de M., el sol se está ocultando al fin.

El largo día deja un cielo que cruje como un celofán con granos de azúcar que son estrellas. Solsticio, piensa la mujer de M.

La primera noche de verano va colocando sus insectos en posiciones estratégicas. La mujer de M. vuelve a entrar en su casa.

Conforme las luciérnagas sacan chispas como fósforos, la mujer de M. planea su cena. Pan tostado y mantequilla. Y frutas hondas. Y quizá algún dulce bermellón.


Mauricio Montiel Figueiras, La mujer de M., Guadalajara, Ditoria Hormiga, 2012, Colección del Semáforo, 23.










Poor soul, the centre of my sinful earth,
[...] these rebel powers that thee array;
Why dost thou pine within and suffer dearth,
Painting thy outward walls so costly gay?

Why so large cost, having so short a lease,
Dost thou upon thy fading mansion spend?
Shall worms, inheritors of this excess,
Eat up thy charge? Is this thy body’s end?

Then soul, live thou upon thy servant’s loss,
And let that pine to aggravate thy store;
Buy terms divine in selling hours of dross;
Within be fed, without be rich no more:

So shalt thou feed on Death, that feeds on men,
And Death once dead, there’s no more dying then.

*

Pobre alma, centro de mi barro impío,
que poderes rebeldes te recubren,
¿por qué penas por dentro, empobrecida,
y pintan tu fachada caros lujos?

¿Tan alto costo por arriendo breve
gastas en tu mansión desmoronada?
Herederos del gasto, los gusanos,
¿tu carga comerán, finando el cuerpo?

Vive, alma, de lo que tu siervo pierde,
y que él pene para aumentar tus fondos;
y torna horas de escoria eras divinas,
nútrete dentro, sin externos lujos.

Tragarás a la Muerte que nos traga:
muerta la Muerte, ya no morirás.


William Shakespeare, Once sonetos, Guadalajara, Ditoria Hormiga, 2012, Colección del Semáforo, 21.







Taller Ditoria felicita a Bruno Darío, uno de nuestros poetas de casa, por la reciente publicación de su nuevo libro: celebración, espanto. Sus poemas ahora han sido editados por los amigos de Ediciones SinNombre.

En 2016, Taller Ditoria publicó de Bruno Darío El opuesto de la flor, conjunto de poemas cuyo ideal es “Trastocar la materia. El no privar a la imagen de su fantasía sino todo lo contrario: darle la libertad para acercarse a su propia alucinación.”

*

Padezco de una salud incurable

La ruptura
del acuerdo entre el verbo y el sujeto:
je plui dans le cœur de ma chère

Espanta la huella
que deja un abanico sobre el aire

Espanta el precipicio
por donde los ojos de río se llevaron mi rostro


Bruno Darío, El opuesto de la flor, ilust. Roberto Rébora, México, Taller Ditoria, 2016.










¿Qué recuerdo hoy de ti?

El olor de tus cigarros, el humo a contraluz.
Tus flores, las rosas del jardín.
[...]

Los desplantes.
Tus cejas rebeldes. La nariz “cómoda”.
Los “discursos serios” con tus preguntas existenciales.

Tu descripción de un colibrí y la de un armadillo
y el libro de los animales que me regalaste para mostrarme
que sí, ¡existen de verdad!
[...]

Las ansias y tus miedos que, de noche, se volvían
mis fantasmas.

[...]

La prodigiosa capacidad de perderte y de perderme
en las más diversas situaciones.
El pedacito de chocolate sobre la almohada.

[...]

La inseguridad.

La sonrisa franca, con un diente un poco chueco.
La frente alta. El sentido de la justicia.

Tu enfermedad.

[...]

La inspiración para coserme vestidos al momento:
¡verdaderos prêt à porter!

La ignorancia sobre tu ser mujer.

[...]

Los pergaminos hechos a mano para mi Primera Comunión.
Tus supersticiones...

[...]

La soledad.
Las historias de familia, tus recuerdos, que son mis cuentos infantiles.

El orgullo por tu arte, sólo tuya, todo para ti.
[...]

La otra, soy yo.


Tullia Bassani Antivari, Lettera aperta a Nina Bassani, pittrice, ensayo “La donna e l’artista / La mujer y la artista”: Marina Piazzi Demaria, traducción: Teresa Suárez Molina, México, Taller Ditoria, 2007.