De cacería
temprano
para Josué Ramírez
Cazábamos versos por las calles del centro.
Los celábamos con los ojos de la analogía,
los de la imagen armónica y la simpatía de los acentos,
los de la exaltación a veces, los de la gracia.
Íbamos con los ojos de poeta puestos.
En su inmensa mayoría
los versos que cazamos de mañana
–porque de cacería se sale muy temprano–
fueron ajenos; versos memorables
dejados por descuido en cualquier sitio,
criaturas prófugas del signo, delirios
contenidos en sus clásicas siluetas.
Siendo sorprendentes eran familiares
aquellas luces encarnadas;
“Nadie puede –nos explicó Gabriel un día–,
ver más que la realidad que se merece.”
Al doblar en una esquina descubrimos
laberíntico retruécano prosaico
–curioso por las suertes epifánicas–,
esperando en la parada de autobuses
que se lo llevara el tranvía que ya no pasa.
O en una fuente vimos, sonámbula,
la palabra cincelada en una piedra
que era la humana forma en los zapatos puesta.
Ánimas de la Catedral náufraga
anunciaron sus oficios en desuso: “No hay mayor dolor
que recordar el tiempo feliz en la miseria”.
Al priapismo del soldado copal para sahumar el arma
y la sentencia inapelable de estos días: Caína espera.
Después apareció lasciva la Cleopatra, Helena hueca,
mujer de piedra desmembrada en una piedra,
y otros souvenirs
para turistas.
Conejos, sólo eso eran, apariciones blancas
confundidas entre supersticiosos peatones.
De tan veloces, presas imposibles,
se fueron sin saber que el referente ha muerto.
Eduardo Vázquez Martín, Minuta,
viñetas: Roberto Rébora, México, Ditoria, 1995.