Sobre los habitantes de Planilandia
Nuestra clase media está
formada por triángulos equiláteros, o de lados iguales.
Nuestros profesionales y
caballeros son cuadrados (clase a la que yo mismo pertenezco) y figuras de
cinco lados o pentágonos. Inmediatamente por encima de éstos viene la nobleza,
de la que hay varios grados, que se inician con las figuras de seis lados, o
hexágonos. A partir de ahí va aumentando el número de lados hasta que reciben
el honorable título de poligonales, o de muchos lados. Finalmente, cuando el número
de lados resulta tan numeroso (y los propios lados tan pequeños) que la figura
no puede distinguirse de un círculo, ésta se incluye en el orden circular o sacerdotal;
y ésta es la clase más alta de todas.
Es una ley natural entre
nosotros el que un hijo varón tenga un lado más que su padre, de modo que cada
generación se eleva (como norma) un escalón en la escala de desarrollo y de
nobleza. El hijo de un cuadrado es, pues, un pentágono; el hijo de un pentágono,
un hexágono; y así sucesivamente.
Pero esta norma no se
cumple siempre en el caso de los comerciantes, y aún menos en el de los
soldados y los trabajadores, que difícilmente puede decirse, en realidad, que merezcan
el nombre de figuras humanas, pues no tienen todos sus lados iguales. En su caso,
por tanto, no se cumple la ley natural; y el hijo de un isósceles (i.e. un
triángulo con dos lados iguales) continúa siendo isósceles. Sin embargo, no
está descartada toda esperanza, incluso en el caso del isósceles, de que su
posteridad pueda finalmente elevarse por encima de su condición degradada.
Pues, tras una larga serie de éxitos militares, o de hábiles y diligentes
esfuerzos, resulta generalmente que los más inteligentes de las clases de los
artesanos y los soldados manifiestan un leve incremento de su tercer lado o
base, y un encogimiento de los otros dos. Los matrimonios (preparados por los
sacerdotes) entre los hijos e hijas de estos miembros más intelectuales de las
clases más bajas dan generalmente como fruto un vástago que se acerca aún más
al tipo del triángulo de lados iguales.
[...]
Si la chusma acutángulo
hubiese estado sin excepción absolutamente privada de esperanza y de ambición
podría haber hallado, en alguno de sus numerosos estallidos sediciosos, dirigentes
con capacidad para convertir su fuerza y número superiores en algo excesivo
incluso para la sabiduría de los círculos. Pero una sabia regla de Naturaleza
ha decretado que el aumento de inteligencia, conocimiento y todo género de
virtudes entre los miembros de las clases trabajadoras, vaya acompañado siempre
de un aumento proporcional y equivalente del ángulo agudo (que es el que los
hace físicamente terribles) que lo aproxime al ángulo relativamente inofensivo
del triángulo equilátero. Sucede así que, entre los miembros más brutales y
temibles de la clase militar (criaturas que se sitúan casi al mismo nivel que
las mujeres en cuanto a la escasez de inteligencia), cuando aumenta la
capacidad mental necesaria para emplear positivamente su tremenda capacidad de
penetración, decrece esa misma capacidad de penetración.
¡Qué admirable es esta
Ley de Compensación! ¡Y qué prueba tan perfecta de la armonía natural y, casi
podría decir, del origen divino de la constitución aristocrática de los estados
de Planilandia! Mediante un uso juicioso de esta ley de Naturaleza, los
polígonos y los círculos son casi siempre capaces de sofocar la sedición cuando
aún está en mantillas, aprovechando esa capacidad de esperanza ilimitada e
invencible de la mente humana. También el arte acude en ayuda de la ley y el
orden. Se considera generalmente posible (con una ligera compresión o expansión
practicada por los médicos del Estado) convertir a algunos de los caudillos más
inteligentes de una rebelión en individuos perfectamente regulares y admitirlos
inmediatamente en las clases privilegiadas; a un número mucho mayor aún, que
todavía se encuentran por debajo de la norma, encandilados por la posibilidad
de acabar también ennoblecidos, se les induce a ingresar en los hospitales del Estado,
donde se les mantiene en honorable confinamiento de por vida; sólo uno o dos de
los más obstinados, necios e incorregiblemente irregulares acaban siendo
ejecutados.
Entonces la chusma
desdichada de los isósceles, sin planes ni dirigentes, son o atravesados sin
resistencia por un pequeño cuerpo de sus propios hermanos a los que el círculo
jefe tiene a sueldo para emergencias de este género, o bien (y es lo más frecuente)
se les empuja, mediante el hábil estímulo por parte del partido circular de las
envidias y sospechas que existen entre ellos, a una lucha intestina en la que perecen
víctimas de sus mutuos ángulos. Nuestros anales registran nada menos que ciento
veinte levantamientos, sin contar los estallidos menores, que suman los
doscientos treinta y cinco; y todos ellos han terminado así.