II
Si pudiera creer en la montaña. En una soledad
resplandeciente, donde no me conmovieran las palabras.
Pero no
creo en la montaña.
Traiciona,
la vieja palabra del amor. Tropiezo con un encantamiento, un dejarme arrastrar
por las palabras, golpear con las ansias salvajes de mi cuerpo.
Castiga el
espejismo y sin embargo me arrodillo frente al órgano cálido, móvil, doliente
que llamamos corazón.
***
Apuntes de la siesta
II
A las ocho la tarde se levanta.
Se han lavado el cabello las mujeres.
Los gatos, todo el cuerpo.
Sobre la barda lee una joven somnolienta.
Dentro, en la iglesia,
las ancianas.
Los quedos murmullos de la misa
atraen sobre sí todo el frescor,
toda la sombra.
Levantan un espejo de la infancia.
En sopor, las sombras se deslizan.
Con menos sed,
el gato se refresca sobre las piedras
y en gozo alborotado se abandonan al sol las
golondrinas.