Paso a paso despierta librándose de lazos.
Nada lo sitia ni lo apesadumbra. Sale de la niebla blanca al aire límpido, sin
el peso de los hechos que doblegan al sensato, al que obedece a los asuntos y
se opaca. Sale sin agobio que doble el espinazo.
Ya no está plantado, no afinca pisando suelo
duro. Sin apego, sin asiento, despierta aligerado por la luz que no hace
sombra.
Despierta o sueña, se sueña ingrávido, cuerpo
imponderable que levita. Sin diferencia con cuanto lo rodea, sus sensaciones,
imágenes, ideas están indistintamente confundidas.
Despierta el yo de adentro, el precedente, y
parece en completa concordia con el mundo. Radiosa identidad de uno mismo en
todo uno, todo se da.
[...]
Entonces, sin quien ni cuando, más allá del
querer, se manifiesta el mensajero, el puro de corazón, limpiamente. Conforme
concede la leve y suave potestad del resplandor, transfiere la fuerza. Te
infunde la visión concorde. Dispensa el desapasionado contento de la
contemplación. Y ves.
Aquel que remonta y que te aplaca, aquél, como
la libélula, es el ángel de la beatitud. El que efervesce y pugna es el ángel
del disfrute lascivo. Acrece éste el placer carnal, colma tu deseo de penetrar
por amor en una materia viva y volverla apta para el conocimiento sensual,
ansiosa de contacto voluptuoso.