Así las cosas, deberé suponer
que estoy en una oreja de madera que tiene mi tamaño. Recostado me hallo, con
los brazos extendidos a los costados y los tobillos uno sobre el otro... Sin
ninguna intención. Aquí no me encontrarán. No creo ser un anciano, aunque
disfrute el olor del serrín húmedo. Por lo demás, viejos son los que se sientan
en las esquinas y sorben café, para mantener abiertos los ojos a pesar de que
el polvo se acumula en el borde sus párpados. Pero nada es vano en este mundo.
Al menos eso debemos creer, o deberíamos. Así es que, si el universo es agua,
seré río; si soga, nudo; si fuego, cerilla... Cercenar, abrir orificios... Cada
quien podría realizar actos inútiles a su manera; en este espejo hay sitio para
cualquiera... Tarde o temprano todo acto encuentra la convicción que lo justifica.
Nada es vano: Sócrates arrojaba de sí la
saliva, el pelo y las uñas por considerarlos inútiles... Quizá lo más útil
de todo es negar. Se me niega. Como vela se me escure el cuerpo a los talones...
La luz parpadea antes de cerrar los ojos, la embriaguez es abundante, y la
tragedia debería producir placer... [...] Todo tiene algo de opaco. ¿Deberé
esperar sentado en algún rincón de mi interior, esperar a que alguien me empuje
a la punta de mis dedos, esperar crecer como una uña? Puedo especular con el
polvo que se aprieta en la tela de una araña, o si no, en un ángulo de la casa,
donde una gotera reposa en su lenta y constante caída. Existen muchos métodos,
pero ¿para qué medir, delimitar, clasificar nuestro deterioro?... Supongo que
algo se tenía que hacer mientras el tiempo nos hacía pequeños y angostos, y no
discernimos nada más ambiguo y paradójico que ser arqueólogos de nuestras
propias ruinas, embalsamadores de nuestras propias momias... Y para ellas la
noche fue larga, aquello que creían indispensable se les muestra ahora vacuo,
grotesco... Para ellas amanece tan tarde, que los amantes al darse el primer
beso ya no se reconocen el uno al otro, y en sus ojos no hay ya luz para
encontrar la salida de esa profunda boca sin lengua... Y comienza a brotar la
idea de que ya es tiempo de que la voz se trascienda... Pero nada. [...] No hay
noche, cada quien oculta la suya con una vela. Aún así, la risa inmacula el
alma... Y en el inmenso mar de los sentidos, aunque se astille el ser por
trasladarse a otro, más ligero que uno solo, son dos cuerpos abrazados... Besar
es cosa de santos, como levitar sin lengua.
Daniel Bolado, Fragmentos y fantasías, ilust. Roberto
Rébora, México, Taller Ditoria, 2003.