El resto del cuarto era tan llamativo como un tinaco a
medianoche. La visión lo cautivó desde un principio. Las visiones nunca son
realmente lo que aparentan. Sin embargo, esta visión lo mantenía en un estado
de desasosiego peculiar: era un tipo de malestar que en verdad no molesta por
ser una sensación que prácticamente se adhiere a nuestro ser como una segunda
piel, por el aire familiar que porta; era un dolor que se pierde en lo cotidiano,
como la vida misma. Tal vez ésa era la visión: la vida. Pero no, era algo más.
Aguzó la mirada para poder distinguir lo que sucedía a través de la ventana.
Por un momento pensó que la visión era la ventana y no lo que acontecía del
otro lado. Decidió deshacerse del malestar. Cerró las cortinas.
La visión persistía. Las cortinas únicamente adornaron la
visión. Tuvo que ir al baño a vomitar. Dentro de todo, era muy pulcro. El
lavabo del baño parecía el recipiente de una ensalada podrida. Decidió no comerla,
aunque tenía hambre; era lógico, acababa de vomitar. De súbito, recordó la
visión. Volvió a vomitar. Continuaba el hambre... es lo único que jamás cesa.