¿Sabremos escribir la
biografía
del instante,
seguir el ritmo de su
profusión,
mimetizarnos en su
ascenso espléndido
y hacer una brevísima,
eterna pausa en
su apogeo?
Después
–un instante
después–,
¿sabremos simplemente
desaparecer?,
¿desvanecernos como el
mundo cuando par-
padeamos?
Sabemos ser en el
durante,
que es siempre,
indefectiblemente
ahora,
no hay atrás, no hay adelante
sino ya:
arde
la hoguera que cuidamos
como tribu.
El baile de esa flama
es un intenso y sostenido
zapping
(aullamos en los
límites),
un Aleph crepitante
que nos pasma.
El ojo de la mente se
parcela:
(Dos puntos:)
va desdoblando sus
provincias
el genoma
ante los ojos fascinados
del cartógrafo;
con sobresalto
metafísico,
el clon descubre que la
copia es él;
cuando hay más voces y
colores congregados,
un hombre se detona en el
mercado;
crecen exponencialmente
las olas;
un padre hereda a su hijo
una migaja de pobreza
idéntica
a la que él mismo recibió
de niño;
un ave entona el postrer
trino
de su especie;
nos obsesionan estas
ruinas: CO2;
un clic
recorta todas las
distancias;
en la soleada tarde
se encierran niños a
jugar con máquinas
individuales;
dos cuerpos arden;
un artista total
cubre con huesos de
sardina
los santos muros de una
catedral;
el agua de la espada aún
chorrea;
un velocista le arrebata
una milésima
a un libro de registros;
tres hombres apedrean a una
mujer;
un héroe trágico,
de nombre Zinedine,
con gran puntualidad
cumple un destino;
tú creces y te afinas;
nosotros nos seguimos
disolviendo en un
nosotros;
los ecos del Big Bang aún
resuenan,
melancólicos,
como ruido de fondo...